martes, 1 de abril de 2008

Respirar un poco más


Nunca me gustaron los hospitales, de hecho aún tiemblo con el sólo aroma a ese algodón previo a una hipodérmica. Yo era de los que les hacían el quite a esos rostros sufrientes que pululan por los pasillos pálidos de todo centro hospitalario y cada vez que iba a hacerme un examen o a ver algún pariente lejano, mantenía esa mirada ajena como usuario del Metro.

La distancia con enfermeras, camillas y sillas de ruedas tiene una razón lógica, ¡Que esta mierda no me ocurra a mi!, porque es terrorífica la escena, niños calvos, madres llorando y abuelitos que como perdidos en el tiempo caminan solitarios con la dignidad tumbada.

Es una realidad de la que uno escapa echando un par de monedas en las bolsas de la colecta del día o bien donando tres pesos en un supermercado. Aunque poco tenga que ver con una tropa de enfermos, es el mejor modo de evitar mirar la vereda de los lamentos y está claro, para que quiero lamentos si ya mi vida es un lamento.

Yo era de esos que no llaman mejor al enfermo o a sus familiares para no molestarlos, ¡mentira!, que lata hablar de enfermedades y peor aún, de un tipo que he visto un par de veces que esta conectado por todos lados. Pero está bien, quien cresta quiere la muerte cerca.

No voy a pedir disculpas por haber sido así, si todos caminamos sobre el mismo lodo y menos voy a crucificar a quienes dejan escapar con raja por Messenger un ¿Cómo estai?, porque yo era de los mismos. No hay rencores y ya estaremos firmes de vuelta con la carcajada de emblema. Pero si es importante hacer un aro en estas temporadas de incertidumbre, para presentar el otro lado de la vereda.

Hoy me he convertido en un cliente frecuente de las salas de espera, sus revistas Cosas del 98 y de su entretenido Buenos Días a Todos. Saludo a los enfermos que caminan por los pasillos, que más que estar solitarios, quieren estar solos porque toda la mañana le contaron la misma triste historia al pariente de turno.

Amigos míos en el hospital, en la antesala de la muerte que siempre negamos, hay risas, hay muestras de cariño irrepetibles y lazos de amistad de quienes saben que están en las fauces del patio de los callados. Nada de lágrimas y la intimidad a la mierda, ese aparato que negaste a la vista de algún curioso compañero de urinario, ahí está, en las manos de un grupo de jóvenes enfermeras, que esponjita en mano lo dejan reluciente.

También hay esperanza y aquí si puedo hablar de lágrimas, porque cada nueva mañana se celebra como el mayor de los éxitos. Se respira una alegría que acalla a cualquier dejo de desesperanza. Y sin importar esas caretas que privan de tanta felicidad a quienes nos llamamos sanitos, todos los enfermos en una igualdad absoluta y honesta juntan fuerzas para respirar un poco más allá de los diagnósticos médicos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo Mío: qué ciertas tus palabras, no deja de sorprenderme tu capacidad para poner las emociones y sentimientos que alguna vez sentimos, en algo tan bello y tan simple.
Te quiero mucho