domingo, 6 de abril de 2008

Cruces al viento





Por Walter Contreras Aubaret

El movimiento eterno del mar, nos trae energía y vida, y nuestro océano, a través de la historia del hombre, nos ha entregado el sustento a generaciones de humanos. ¿Quién no se siente fascinado de observar el movimiento permanente del mar, su inmensidad, el golpe de las olas en el roquerío, el salto del agua que invade el cielo, donde al caer la llovizna, nos muestra los multicolores de la luz, la espuma y el remolino en la escollera que se queda para la recogida? Nuevamente se repite el movimiento eterno en una forma distinta o igual; Mundo cambiante de armonía y paz espiritual.

La búsqueda del alimento, la generación de vías de comunicación, y la admiración de este, nos ha traído innumerables actividades económicas a saber a través de los tiempos; la pesca deportiva, artesanal e industrial, junto a ellas, grandes líneas de transporte marítimo, turismo, etc. Las que empezaron de manera insipiente, y de aventura hasta lo que hoy conocemos.

Como toda actividad humana, no esta ajena al riesgo y al peligro, y ello se ve plasmado en los escritos y los relatos, como también en el recuerdo de los hijos del mar, donde al caminar por nuestro litoral o mirar desde la embarcación hacia la costa, observamos sobresalientes sobre los acantilados o requeríos, las cruces al viento, donde sus brazos extendidos nos entregan un grito de silencio y oración, avisando que en dicho lugar ha dejado de existir un amante del mar, ya sea, marinero, pescador, mariscador, turista, etc. Que por imprudencia, temeridad, desconocimiento o tormentas, ha caído en el seno del mar, en la misteriosa lucha incesante entre la vida y la muerte.

Las cruces al viento, nos entregan un mensaje y un grito de alerta a la prevención y al cuidado con que deben realizarse las diferentes labores del mar, donde deben conocerse todas las variables que lo conforman; el tiempo, el viento, el estado del mar, como sus corrientes, rocas y musgos. Estudio permanente de conocimiento para adoptar las medidas preventivas que señalan un juicio, y con ello, los pescadores, al finalizar nuestra existencia, podamos navegar a través del pensamiento por nuestro mar, al compás del viento y las olas caprichosas, sintiendo el ruido del agua al chocar con la proa del bote, hasta que el capitán nos lleve a puerto seguro ante los nuestros o al dios que tiene cada pescador.

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